sábado, 8 de febrero de 2014

Contra los nacionalismos. Una réplica a P. Ramos

Las recientes excarcelaciones de etarras y delincuentes diversos ha abierto un debate e incluso una brecha en distintos sectores de la sociedad. Desde Europa se considera ilegal la aplicación de la “doctrina Parot”. El sistema penitenciario español contempla una pena máxima de 30 años de cárcel para todos los delitos cometidos. A partir de este momento, un preso puede reducir su condena por diversas cuestiones (buen comportamiento, etc.).

No obstante, con el etarra Parot se cambió la ley con carácter retroactivo y se estableció que estas rebajas de condena se harían sobre la condena total de años, no sobre la máxima establecida de 30 años. Europa ha considerado ilegal esta ley, de ahí que hayan salido a la calle convictos que no han cumplido ni siquiera la totalidad de esos treinta años.

         Ahora el debate está servido: la necesidad de cambiar la legislación para que determinados individuos considerados muy peligrosos para la sociedad no estén en la calle o, por el contrario, acatar la ley asumiendo que ese exconvicto ha cumplido su pena por el delito que cometió y esperar que sus anteriores actos no se repitan.

        En el comentario de mi compañero creo que se comete el error de generalizar una parte por el todo. Asi, se ha asimilado el Pueblo Vasco con la organización terrorista ETA. Si bien todos en el conjunto del pueblo español hemos sufrido las consecuencias de atentados y muertes, más doloroso ha sido aún para los vascos, que además de la violencia física han tenido que padecer la represión y el miedo durante muchos años y en su propia tierra. Y creo que todos hemos estado unidos ante esta lacra; recuerdo cómo muchos de nosotros salimos a la calle y lloramos por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, manifestación considerada actualmente una de las mejores expresiones de la unión del pueblo español ante las atrocidades del nacionalismo extremista y sanguinario de ETA.

         Y precisamente esa actitud extrema es la que hay que combatir. Cada comunidad tiene sus propias características culturales, lingüísticas, idiosincráticas, su propia “especificidad” que no la excluye del conjunto, sino que la enriquece aún más. Habrá que subsidiar actividades siderúrgicas vascas, mineras leonesas o a los jornaleros de Sierra Mágina, que con sus peonadas en la recogida de la aceituna en Jaén, de espárragos en Navarra o de la uva en Francia no ganan lo suficiente para comer el resto del año.


         Vivimos en un momento de crisis en el que, más que nunca, tenemos que tener la “cabeza fría” para pensar tranquilamente y no dejarse manipular por distintos intereses, políticos, religiosos, etc. Hay que buscar mecanismos que nos permitan luchar contra por las injusticias sociales y atropellos legales que sufren muchos de nuestros congéneres. Si nos lo proponemos, tal vez lo consigamos, como los pequeños logros que se están alcanzando contra los deshaucios, o el reciente éxito del barrio de Gamonal. Pero repito, si criticamos los peligros de los nacionalismos, no cometamos el error de caer también en ellos. 

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