Las recientes
excarcelaciones de etarras y delincuentes diversos ha abierto un debate e
incluso una brecha en distintos sectores de la sociedad. Desde Europa se
considera ilegal la aplicación de la “doctrina Parot”. El sistema penitenciario
español contempla una pena máxima de 30 años de cárcel para todos los delitos
cometidos. A partir de este momento, un preso puede reducir su condena por
diversas cuestiones (buen comportamiento, etc.).
No obstante, con el etarra
Parot se cambió la ley con carácter retroactivo y se estableció que estas
rebajas de condena se harían sobre la condena total de años, no sobre la máxima
establecida de 30 años. Europa ha considerado ilegal esta ley, de ahí que hayan
salido a la calle convictos que no han cumplido ni siquiera la totalidad de
esos treinta años.
Ahora el
debate está servido: la necesidad de cambiar la legislación para que
determinados individuos considerados muy peligrosos para la sociedad no estén
en la calle o, por el contrario, acatar la ley asumiendo que ese exconvicto ha
cumplido su pena por el delito que cometió y esperar que sus anteriores actos
no se repitan.
En el
comentario de mi compañero creo que se comete el error de generalizar una parte
por el todo. Asi, se ha asimilado el Pueblo Vasco con la organización
terrorista ETA. Si bien todos en el conjunto del pueblo español hemos sufrido
las consecuencias de atentados y muertes, más doloroso ha sido aún para los
vascos, que además de la violencia física han tenido que padecer la represión y
el miedo durante muchos años y en su propia tierra. Y creo que todos hemos
estado unidos ante esta lacra; recuerdo cómo muchos de nosotros salimos a la
calle y lloramos por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, manifestación
considerada actualmente una de las mejores expresiones de la unión del pueblo
español ante las atrocidades del nacionalismo extremista y sanguinario de ETA.
Y
precisamente esa actitud extrema es la que hay que combatir. Cada comunidad
tiene sus propias características culturales, lingüísticas, idiosincráticas, su
propia “especificidad” que no la excluye del conjunto, sino que la enriquece
aún más. Habrá que subsidiar actividades siderúrgicas vascas, mineras leonesas
o a los jornaleros de Sierra Mágina, que con sus peonadas en la recogida de la
aceituna en Jaén, de espárragos en Navarra o de la uva en Francia no ganan lo
suficiente para comer el resto del año.
Vivimos en
un momento de crisis en el que, más que nunca, tenemos que tener la “cabeza
fría” para pensar tranquilamente y no dejarse manipular por distintos
intereses, políticos, religiosos, etc. Hay que buscar mecanismos que nos
permitan luchar contra por las injusticias sociales y atropellos legales que
sufren muchos de nuestros congéneres. Si nos lo proponemos, tal vez lo
consigamos, como los pequeños logros que se están alcanzando contra los
deshaucios, o el reciente éxito del barrio de Gamonal. Pero repito, si
criticamos los peligros de los nacionalismos, no cometamos el error de caer
también en ellos.
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