TIRÓN DE OREJAS DEL PAPA A LA CURIA ESPAÑOLA
Con la discreción y la firmeza de quién
quiere servir bien a Dios y a los hombres, el Papa Francisco ha tenido que dar
una lección a la curia católica española, y dar la respuesta que desde el
Obispado de Granada y de la mismísima Conferencia Episcopal, no se daba al
asunto de los abusos a menores.
Digo bien al referirme a la curia y
utilizar adrede esta expresión, pues una cosa es la Iglesia que está formada
por todos los fieles, y otra es referirme específicamente a la jerarquía que la
conduce y dirige, supuestamente actuando en nombre y representación de
Jesucristo.
Los fieles y creyentes llevan mucho
tiempo recibiendo las regañinas, presiones y amenazas que desde los púlpitos
lanzan los ministros de la
Iglesia que los reprenden por no asistir a Misa y no
manifestar los ritos y prácticas religiosas a las que están obligados. Pérdida
de fe, debilidad de los creyentes que se dejan seducir por el pecado y el vicio
del materialismo y libertinaje de la sociedad de consumo. Abandono de las
costumbres y tradiciones, falta de presencia católica en al enseñanza,
demagogia y laicismo de los políticos, incredulidad, etc….., son algunos de los cargos de lo que nos
acusan. Todo es culpa de la gente, del pueblo, - como no -, y no tenemos
derecho a opinar, ni reflexionar, ni discernir, ni pensar siquiera en las
causas del porqué no se llenan las iglesias. ¿Somos realmente nosotros los
culpables?, para la curia está claro que sí lo somos, pero cuando vemos que la
actitud de muchos ministros de la
Iglesia deja de ser irreprensible, cuando conocemos casos de
abusos sexuales, casos de ambición materialista en el uso y disfrute de bienes
de todo tipo (muebles, inmuebles, patrimoniales,..), cuando vemos que deja de
primar en los predicadores los valores que ellos mismos deben tener dentro de
una actitud ejemplarizante, cuando vemos a la Iglesia de España
implicada en la política y sus sucios mangoneos y luchas de poder mientras no
se dedican a socorrer la pobreza, ….., mientras todo esto pasa ante nuestros
ojos, ¿cómo carajo quieren y pretenden que le escuchemos siquiera?, ¿cómo puede
decirle un ladrón a un inocente que no robe?, ¿con qué autoridad le dice un
pedófilo o un pederasta a los demás que no se dejen llevar por la lujuria ni
por los pecados de la carne?. Y así podríamos seguir haciéndonos preguntas
similares, que nos llevarían a concluir que la Iglesia se desmorona por
sí misma por alejarse de su misión y encaminarse a ser más un poder fáctico que
una congregación espiritual.
Hay sacerdotes que son verdaderos
servidores de Cristo y de Dios, y a esos se les nota enseguida su vocación y se
les concede el máximo respeto por su conducta irreprensible e intachable. En su
entrega, en sus palabras, en sus maneras, en su comportamiento, … etc. Y de la
misma manera a los malos curas se les nota también, aunque pretendan ocultarlo
o disimularlo. De manera que los fieles que no estamos cegados por el principio
de obediencia a la autoridad tenemos la oportunidad de discernir cuándo estamos
ante un cura bueno o un huevo podrido. A los buenos le conferimos y reconocemos
todo su ministerio y su toda su fuerza en los actos litúrgicos, atribuyéndole
plena validez a los signos externos y a la administración de los sacramentos,
pero al huevo podrido no podemos por nuestra fé en Dios y en Cristo conferirle
ningún crédito ni reconocerle ningún poder o autoridad, es más, no deberíamos
dejarle ni pisar el altar de nuestras iglesias, -porque son nuestras, sabéis,
de todos nosotros, no de ellos, aunque tengan las escrituras de propiedad en
los cajones de sus cómodas-, no deberíamos llamarlos curas, habría que
invitarles a que expíen sus pecados, se limpien de la podredumbre que
arrastran, y entonces hemos de ser nosotros los misericordiosos con ellos y
pedir al Señor su perdón.
Personajes
oscuros, siniestros, que son más que conocidos en sus parroquias y en sus
pueblos, de los que se sabe que se acostaban con feligresas, que eran unos embaucadores,
que sacaban provecho propio de su condición de cura y de autoridad religiosa, que
se pegaban buenas comilonas y llevan una vida de excesos, de los que se
sospecha y rumorea que tienen hijos ilegítimos, que se escudaron en organizaciones
tan poderosas como el OPUS DEI para guardar sus sucios secretos, curas que se
marcharon del pueblo por levantar escándalos y que pasados los años vuelven a
ellos cargados de títulos jerárquicos y honores, como si nada hubiese pasado.
Así es nuestra Iglesia, así es la
Iglesia que tiene que gobernar el Papa Francisco, con estos
saurios son con los que tenemos que lidiar y negociar para tocar las puertas
del cielo y ganar la gloria o para atizar las calderas de Pedro Botero y
condenarnos para los restos.
Como
la política y las instituciones políticas, nuestra curia católica está picada
por la corrupción, y los huecos en los bancos de las iglesias es la respuesta
de un pueblo cansado de oír las acusaciones y reprensiones de personas
probadamente reprensibles. Hay tantas ovejas negras como pastores negros. Hay
pérdida de fe porque no se puede creer ni confiar en nadie, porque muy pocos
son los que ofrecen plenas garantías de ser ministros intachables y ser curas
de los de verdad. El pueblo no tiene a lo que agarrarse, ni siquiera a la
esperanza de hallar consuelo y fortaleza en la palabra de Dios, porque quienes
se han encargado de transmitirla son manzanas podridas llenas de gusanos y sus
enseñanzas son más para los demonios que para los cristianos. Por tanto a quién
podemos recurrir en momentos de angustia, ¿a la Iglesia donde hay
pederastas, abusadores, ladrones, egocéntricos, orgullosos, henchidos, avaros,
mentirosos y falsos profetas?, viendo el panorama, para ahogar las penas más
bien nos vamos al bar de la esquina.
Feria
de las vanidades en las que el pueblo está siendo sometido al miedo, al imperio
del terror. Si nos manifestamos en las calles nos dan palos, si denunciamos
atrocidades somos enjuiciados y echados de nuestros trabajos, si abrimos el
pico se nos quita el sustento, se nos aparta y se nos quita de en medio, si
librepensamos se nos acusa y se nos difama, si gritamos se nos escarmienta, si
alzamos la vista se nos amenaza. Esta es la situación en la que estamos
inmersos, miedo, miedo y más miedo, miedo a decir la verdad, miedo a ver la
mierda que nos cubre, miedo a reprender la injusticia, miedo a ser justos,
miedo a ser honrados, miedo a ser irreprensibles, miedo a ser padres, miedo a
socorrer a un hermano, miedo a ser solidarios, miedo a dar de comer, miedo a
ser seguidores de Cristo. Desde los estrados, los púlpitos o los micrófonos no
nos llegan más que amenazas y sensación de miedo, y nos achicamos cada vez más
ante una partía de personajes inútiles que son los que nos acojonan y nos ponen
contra las cuerdas. Ellos la hacen y nosotros la pagamos, bonito principio para
la democracia o para la religión
Y
se pasean tan tranquilos, con ese halo de impunidad e inmunidad propio de los
poderes fácticos, con los ojos henchidos de prepotencia. Y se suben a los
estrados y a los púlpitos con su semblante hipócrita como si no pasara nada,
como quienes no han roto un plato, para repetir un discurso orquestado con el
que tener al pueblo sometido. Y ya en la trastienda del congreso o las
sacristías se quitan el disfraz y se fuman buenos cigarros mientras juegan una
partida al tute donde quedan en las cartas el destino de nuestras vidas y de
nuestras almas.
A
todos estos hay que echarlos, quitarles el disfraz, y decir valientemente como
lo ha hecho el Papa Francisco “la
VERDAD es la
VERDAD ”. Que nuestras armas sean la verdad, la razón, la justicia y el
evangelio, que nuestra bandera sea el color de nuestra tierra y de nuestro
cielo, nuestro líder Dios, y nuestro enemigo todo aquel que nos diga lo que
tenemos que hacer y ser, pero él no lo sea y no lo haga; esos nos la están
pegando. ¡A las armas!.
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